Durante los últimos 25 años he sido consumidor más o menos constante de cocaína. Nunca de manera obsesiva y siempre con la inquietud de escribir tarde o temprano en torno a esta experiencia que pareciera solo ociosa y dañina, pero que necesariamente debería tener algún sentido más allá del efímero placer que significa y desde luego con la conciencia de los riesgos que implican su consumo descontrolado.
Este libro es un acto de congruencia con el activismo (no militancia) que he ejercido en torno a la necesaria despenalización de la mariguana y otras drogas recreativas como la cocaína para confirmar una y otra vez el absurdo de su prohibición y del daño infinitamente mayor que esto significa. A lo largo de estos más de treinta años hemos refrendado el derecho de todo adulto a decidir sus consumos sin que el gobierno deba intervenir. En esencia considero que los daños generados por la prohibición de las drogas nos afectan de igual manera a todos como ciudadanos, seamos consumidores o no. Un reto importante de este libro ha sido el de reunir los testimonios de artistas, escritores, científicos y activistas que reconocen su consumo de una manera desprejuiciada y con una postura responsable, pero aceptando el riesgo de hacer algo prohibido así como los daños que puede ocasionar el mismo.
En este recorrido cocainómano hago un recuento de mis experiencias con los dílers, los camellos, los «buenos» de esta historia, quienes lejos de cumplir con el estereotipo del mafioso narcotraficante, suelen ser mejores personas que su clientela y también víctimas de la absurda prohibición.
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