WELCOME TO THE JUNGLE

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Por: Eve Gil

 

Los contadores y los taxistas son los mejores psicólogos. Por lo general te escuchan con más atención e interés que un confesor. Y concretamente los primeros, se convierten en portadores de tus más íntimos secretos, que son los relativos a tu compleja relación con el fisco. Yo, a Samantha, mi contadora, una joven de la edad de mi hija mayor, le debo mi tranquilidad, no solo por su ejemplar profesionalismo, sino por su forma tan dulce y paciente de explicarme cosas que me son tan herméticas como un encantamiento medieval o el dictatorial comportamiento de los algoritmos. Samantha, por su parte, es de las primeras en enterarse de las loqueras que planeo escribir, lo que acentúa su calidad de confidente. En su libro Hay una jungla allá afuera, Alfonso Marín, contador público de profesión, confirma esta percepción mía:

“¿Pero qué podría ser tan vergonzoso? Me preguntaba mientras lo escuchaba hablar y hablar mientras yo ordenaba su contabilidad. Al igual que los médicos, uno termina oyendo más de lo que quisiera saber. Y no hace falta ser muy suspicaz para darse cuenta de que un estilo de vida no corresponde al ingreso declarado, de todos modos, los honorarios y una buena amistad tenían la virtud de ser leales”. (“Armanda Miguel”, p. 25)

Siempre pensé que no existía una profesión más apartada de la literatura, del arte en general, que la contabilidad. Alfonso y yo somos amigos desde los 15 años. Nos conocimos en un club de Menudo y, lo primerito que tiró del uno hacia la otra, fue nuestro espectacular aburrimiento pues a ninguno nos gustaba Menudo, en realidad. Son cuarenta años de amistad. Lo segundo que nos reunió fue el amor
por el arte. Por la música y la literatura, en particular. Así que cuando Alfonso, a quien yo llamo “Chuy”, me anunció que estudiaría contaduría, me sentí traicionada. Por entonces yo estudiaba para secretaria bilingüe porque me obligaron en mi familia (aunque yo les advertí que estaban tirando su dinero por el caño: en secreto me preparaba para ser escritora), pero a él no lo obligaba nadie, no, al menos, un ente físico, sino, creo, una circunstancia que, si la desmemoria no me engaña, él mismo se encargó de explicarme: necesitaba urgentemente independizarse de su familia (entonces no me dijo por qué, aunque yo sabía que un hermano lo maltrataba), y el arte no era la vía, no la más inmediata al menos, para conseguir su propósito. Aseguró entonces que jamás renunciaría a hacer lo
que le gustaba. He visto tantas vocaciones artísticas fenecer en nombre de la muy humana necesidad de subsistir (mi madre renunció a ser bailarina de ballet y, curiosamente, terminó siendo contadora) que, la verdad, dejé caer en saco roto aquella débil promesa.

Alfonso, sin embargo, tenía perfectamente trazado su destino, como ninguna persona que haya conocido hasta ahora. Se tituló como contador público en la Universidad Kino y ejerció como tal de una manera que solo puedo calificar de “exitosa”. Pero la promesa adolescente nunca dejó de palpitar, así que, tras esforzarse, reitero, como ningún ser humano que haya conocido, y hacerse de un patrimonio que le procuró la anhelada independencia, se lanzó a Florencia, Italia, a estudiar un diplomado en Lengua y Cultura Italiana en la Universitá per Staineri di Siena, entre 2000 y 2001. Para entonces, Alfonso llevaba años escribiendo en silencio, asistiendo a cuanto taller y curso se cruzaba en su camino, y si bien publicó tardíamente su primer libro de cuentos, Todos los días son ayer (Altazor, 2016), me consta que detrás del mismo hay talacha intensa, lecturas múltiples y muy diversas, y un procesamiento meticuloso de experiencias personales.

Hay una jungla allá afuera (IoB Editorial, colección, No. 8, 2023) reafirma mi idea de que Alfonso Marín no ceja en su empeño de perfeccionarse en todo sentido. Como vulgarmente se dice: no da paso sin huarache; no publica nada de cuya calidad no esté plenamente convencido, aunque dudo exista un escritor o artista que conozca la plena satisfacción por su trabajo. A través de 11 relatos breves que, créanme, no posee una sola palabra que no esté justificada y no consiga conmovernos o perturbarnos, el autor abre una ventana a la realidad cotidiana de una serie de personajes no necesariamente homosexuales, más bien “diversos” que, por lo mismo, enfrentan a una sociedad hostil. Y no, los relatos no están ambientados en tiempos pasados, sino en el presente. Éste engañoso presente. El de la polémica “woke”, la “inclusivdad forzada”, donde los actos discriminatorios son reprobados por la mayoría…aunque lo sean más por pose que por una genuina indignación. Pues bien, ese mundo donde se supone que los diversos podemos deambular a nuestras anchas, o eso creemos, tan ingenuos, puede llegar a ser más peligroso justo por los múltiples camuflajes que han adquirido el rechazo o el repudio moral de quienes -y eso es lo más triste- siguen siendo mayoría.


Y no, no se necesita ser amigo cercano del autor para establecer un vínculo empático con sus personajes y las situaciones aquí expuestas. Basta con ser humano y consciente de que nos ha tocado vivir una época de muy aparente resarcimiento de heridas sociales. Como en “¿Y nosotros que somos?”, donde a través de una anécdota, en apariencia sencilla, advertimos que la “inclusión” que nos venden sigue siendo medio utópica; que, desde tiempos ancestrales, el mundo está organizado de una cierta manera que, aunque sin la violencia de antaño, nos susurra a cada instante que no nos permitirá quebrantar sus reglas, así como así, por lo que, sin grandes aspavientos, el autor logra introducirnos en una melancolía, derivada de la impotencia que, de entrada, nos cuesta precisar.


A través de la conversación de dos personajes que en su momento llegaron a odiarse por motivos que se nos van desvelando paulatinamente, “Cenizas de una promesa” expone en forma magistral -y no creo exagerar- el profundo absurdo que yace en tragedias que nunca debieron ocurrir. Si al menos nos detuviéramos a reflexionar por qué se supone que dos seres libres no deben amarse; si nos pusiéramos al día respecto a circunstancias largamente patologizadas que, de pronto, resulta que forman parte de la genética, de la naturaleza humana; si tuviéramos el valor de mirar dentro de nosotros mismos cuando nos oponemos férreamente a situaciones que ni siquiera nos competen, nadie tendría que cargar con una pesada pena o con los remordimientos del personaje que busca a otro para solicitar un perdón más que tardío. La habilidad con que Alfonso nos permite mirar dentro de la psique de sus personajes sin perderse en discursos densos, simplemente mostrando, forma parte de sus más notables virtudes estilísticas. Y así como muchas veces somos perpetradores de nuestras propias desgracias y nos cerramos el paso para complacer a una familia que a su vez vive para encajar en una sociedad que requiere de una doble moral para poder funcionar (aunque suene absurdo, porque es absurdo), tampoco hemos sido capaces de cuestionar a quienes nos imponen cosas ridículas para reafirmar un rol dentro de esa misma sociedad, enferma de sí misma. Un moñito en el cabello puede resultar denigrante para una niña que, pese a su corta edad, ve en ese moñito el símbolo de lo que no quiere ser, como en “Monsters not allowed”. La situación aquí planteada es real, es actual, muchas madres hemos pasado por ahí, y a veces no sabemos defender el derecho de nuestros hijos a sacudirse los nefastos estereotipos de género. Denuncia, además, la poca importancia que las escuelas prestan a la que debería ser su función primordial que no es, por cierto, promover ideas aberrantes, en este caso, los verdaderos monstruos que, sigilosos, recorren estas páginas.

Se trata, además, de un libro interactivo, que al final de cada relato presenta un código QR que te lleva directo a una canción que congenia a la perfección con las historias, que, en algunos casos, intensifica la desazón, tan fresca al concluir la lectura… cuando no le aporta algo de bullicio al momento cargado de tensión que no has terminado de asimilar. Hay una jungla allá afuera es, en conclusión, una mixtura de caja de Pandora y cajita feliz, aunque casi nunca es posible determinar en que se diferencia una de otra. Estamos ante un autor altamente engañoso, en el mejor de los sentidos, porque allí, donde pareciera haber una atmósfera idílica para enamorados, se oculta una sonrisa cruel…allá, donde esperamos un escritor de mediano talento, ateniéndonos a su tardía aparición en escena, nos embosca uno con una casi diabólica habilidad para conducirnos a las regiones más
sombrías de nuestro ser y de este engañoso mundo en modo “lobo de Caperucita” que se afila los colmillos y las garras al mismo tiempo que enuncia un discurso inclusivo”. Alfonso Marín -y no, no estoy exagerando- se suma a la pequeña pero deslumbrante plantilla de nuevos narradores sonorenses que han aprendido que la universalidad no es una búsqueda, sino el producto de una minuciosa y compasiva observación del otro, de los demás. De nosotros mismos.

 

Encuentra el libro de "Hay una jungla allá afuera" en el siguiente enlace: https://pequebulibreria.com/products/hay-una-jungla-alla-afuera?_pos=1&_psq=hay&_ss=e&_v=1.0

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