Trashumo de mirada, de Juan Manz, es un largo transcurrir que nos sitúa en la geografía de la oración, que nos obliga y compromete. Los versos obedecen a una necesidad y el acto de la rogativa surge y nos lleva a la reflexión, a la necesidad de la pausa, de pensarnos. La voz se nos convierte en voces; el yo,...
Trashumo de mirada, de Juan Manz, es un largo transcurrir que nos sitúa en la geografía de la oración, que nos obliga y compromete. Los versos obedecen a una necesidad y el acto de la rogativa surge y nos lleva a la reflexión, a la necesidad de la pausa, de pensarnos. La voz se nos convierte en voces; el yo, en yoes de un yo que se desplaza y crea un universo, un espacio erotizado cuya dinámica no cesa de poblarse, de crecer en su potencia. La imagen soy yo; Dios, soy yo. La ausencia y presencia de él me constituyen. Lo leído se me confunde con lo vivido, porque tanto lo uno como lo otro son experiencias de vida, de mi vida, de quien canta, y, al cantar ofrece el testimonio de una fe cuya prueba es el mundo mismo, la sentimentalidad que avala la realidad que me rodea y constituye. El que lee es el que transita; el que escribe, el que celebra o pide. No hay margen para la indiferencia, todo nos implica, nos exige en la oración.