A los poemas de este pequeño y admirable libro los convoca la mitología. La mitología bíblica y la pagana: esos dos longevos depósitos de tensiones y argumentos que han poblado el imaginario de Occidente y que, siempre disponibles, esperan -con suficiencia, con presunción- la llegada de una escritura que los traiga de vuelta a la luz de la página y del coro.
Helga Krebs -la “ruiseñora calcinada” (léase “Paraíso radioactivo”), la pintora enamorada de los prodigios (léase el libro de principio a fin, véanse luego todos sus cuadros)- se sirve de los mitos, los sienta a la mesa, los deja andar por casa, bromea con ellos, les hace mohínes y les dedica sus mejores chanzas. De este trato cotidiano proviene la voz que habla en sus poemas y que tiende a la fábula, al conjuro y a la puesta en escena de ritos y pasajes. La lectura de los mismos deja la paradójica sensación de estar ante un mundo ya muy viejo justo antes de nacer.
Aquí se viene a hablar del paraíso, entre otras cosas. Esa parece ser la consigna. Helga, como los niños mensajeros de uno de sus poemas (“La gran noticia”), rasga el sayo del crepúsculo y celebra la maravilla. Al instante, nos ciega el resplandor “y oímos / estallar el júbilo / por todo el universo”. –Rubén Arias Rueda
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