Que los detalles son cosa siniestra y el diablo está en ellos, argumenta Víctor Gutiérrez Gándara al inicio de El ruiseñor metálico, y así lo constata la prosa de la propia novela, ahí reside el genio de su narración, para llevar al lector a la conciencia de los protagonistas.
El ruiseñor metálico es una historia de coincidencias, o lo que el corazón quiere ver como coincidencias; éstas llevan a los personajes a través de recuerdos y cavilaciones nihilistas, propias de las referencias que entretejen la narración y que son un vistazo nostálgico a décadas pasadas.
Dios y el diablo, banalidad y profundidad, realidad y surrealismo, son algunas de las dicotomías que la novela presenta y a través de las que el autor incita al lector a hacer sus propias conclusiones y hundirse en la espiral de la cotidianidad-coincidencia-cotidianidad.
Bien cierto es que la realidad es inasible y está mediada por las perspectivas de sus diferentes actores, en este caso el romance entre dos almas atormentadas que coinciden en un aleteo instántaneo pero eterno. Está usted ante una ópera prima de grandes augurios.
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