Fue en los noventa, escuchando sobre la separación de Yugoslavia, que tuve mi primer acercamiento a la palabra “guerra”, a la idea de crisis. Como si se tratara del espectro de una hermana mayor, la historia de la disolución de ese país acompaña a una voz ensayística que intenta nombrar su imposibilidad de volver a casa. Estamos ante una grieta dentro de una grieta en la memoria.
Los breves ensayos que conforman Exyugoslavia se entretejen en intentps para sortear la pérdida o hundirse en ella. Son, sobre todo, una serie de intervalos que actúan simultáneamente a manera de hueco y puente: entre los dos obeliscos de un Memorial de guerra, entre las escrituras ajenas y las propias, entre los lazos sanguïneos y los muros que los contiene, entre las dos ramas de una resortera, o bien, en ese espacio blanco y preciso que aparece entre dos fotografías contiguas. A partir del proceso de resta nos reconstruimos y repensamos aquellos que nos enlaza, dice Pierre Herrera, y es que en este frágil recorrido por un territorio afantasmado, la escritura es el único camino de regreso posible.
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