Las autoras aquí reunidas habrían ameritado el curioso epíteto de “evaporadas” acuñado por Gustave Flaubert y refrendado por Mario Vargas Llosa en su excelso ensayo sobre Madame Bovary. Una “mala” contemporánea, una “evaporada”, no es una mujer sexualmente liberada, aventurera o desobediente, sino una que se deja arrastrar por el infortunio, pasiva ante la autodestrucción, temerosa de la gloria, y esclava de sus miedos, complejos y pasiones. Ninguna de estas geniales mujeres tuvo una vida fácil, casi ninguna hizo algo por mejorarla y todas, sin excepción, tuvieron un final trágico que orilla a la reflexión.
La mayoría optó por el suicidio, otras no lograron asumir la vejez con dignidad. Casi todas pasaron por el manicomio, un par de ellas pisaron la cárcel y sus nombres fueron carne de nota roja. Drogadictas, adúlteras, artistas porno, prostitutas, fugitivas adolescentes, bipolares, delicuentes, alcohólicas, ninfómanas, personalidades límite, esquizofrénicas, racistas, malvadas, y sin embargo, todas dejaron una obra trascendente a pesar de haber sido tratadas, las más de las veces, como escoria social, o en su defecto con la condescendencia –o el temor– que incitan las mujeres sepultadas por el peso de su talento o por adelantarse peligrosamente a su época.
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