La presencia japonesa en el noroeste de México ha dejado crónica de admiración y desconfianza. Es vista con un halo de exotismo y misterio desprendido del comportamiento de los inmigrantes; retratados como individuos displicinados y de una vida protocolaria, contrastante respecto a la sociedad mexicana: bulliciosa, festiva, sensual.
No estamos ajenos a la construcción de un Japón y sus habitantes como espías e informantes, guerreros heroicos al límite del sacrificio, pero también dueños de una tradición donde el erotismo, la pasión carnal, subliman el amor romántico. Parecería difícil que ambas cosas se mezclaran, pero a Segunda Guerra Mundial que se extendía por todo el orbe, hicieron del Golfo de California y sus paisajes abrasadores de sol y brisa marina un escenario más. Pretexto para que un guerrero –Ichiro– que emerge del océano con la consigna de invadir, se rinda ante Berenice, la pasional y bella sinaloense moldeada por la humedad del Golfo, su gusto por la lectura e incipiente goce, quien a su vez se rinde ante el mundo que le descubren, distinto al de la monotonía familiar.
Todas las guerras tienen saldos dramáticos, desenlaces previsibles o inexplicables. La historia de amor tiene su epílogo cuando Ichiro abandona a la sinaloense, empujado por la nostalgia del regreso. Falló al invadir Estados Unidos navegando por ese cuerpo de agua, Golfo de California. Como metáfora o destino Berenice rehace su vida en el país triunfador de la Guerra, pero reservándose, sin hipocresía, los recuerdos con Ichiro hasta el fin de sus días.
El submarino Amarillo, de Manuel Alberto Santillana, es una historia fresca tejida con hechos reales documentados y las leyendas de la tradición oral que sobreviven en la diacronía y sincronía de los tiempos sociales. Novela donde se oculta/brilla el amor carnal como sustancia de la vida misma. –Ismael ValenciaAcepta las cookies para continuar