Ningún momento de confusión es pretexto para bajar la guardia. Los personajes de este libro nunca se apresuran y en recompensa van encontrando la poesía que se esconde en los impulsos más retorcidos.
Tal parece que Café Trotsky fue requisado en un semáforo aduanal para el desvarío, haciéndose valer con narraciones que nos empujan a los confines de la corrección política: algunas como réplica de las íntimas turbulencias de la sexualidad adolescente y otras tan zipeadas que rompen con el oleaje de la ultraviolencia al descomprimirse.
¿Qué más podemos exigirle a estos cuentos si parecen haber exprimido todo el fósforo para mantener viva la llama del amor? Letras que nos vuelven demasiado mayores o que nos dejan en una de las mejores épocas de nuestra vida.
Un libro que declara nulos los testamentos de la Generación X.
Lenin Guerrero
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