El trabajo del editorialista consiste en volver simple lo complejo, sostiene Federico Campbell, quien dedicó casi cuarenta años a desentrañar las difíciles relaciones entre el crimen y el poder. Desde sus columnas periodísticas “Máscara Negra” y “La hora del lobo”, Campbell fue pionero en nuestro país en abordar conceptos como mafia y crimen organizado. No obstante, también existe un Campbell que sabía apreciar la vida a contramano: en todo momento se hacía preguntas y hurgaba en la cotidianidad hasta encontrar buenas historias.
Publicados originalmente en forma de colaboraciones periodísticas, los textos breves incluidos en La hora del lobo integran una auténtica constelación de asombros. Temas en apariencia tan dispares como el arte de insultar en público, las jacarandas en la colonia Condesa, la técnica para contar ganado en el desierto sonorense o el papel que jugó la literatura mexicana en la detención de Saddam Hussein forman aquí un sólido entramado.
No pocas veces Campbell se refirió a su columna con un término acuñado por Elio Vittorini: diario en público. En ese sentido, estas páginas pertenecen al mismo género que Diario de Jules Renard y que Negro sobre negro de Leonardo Sciascia. Libros que se fraguan lentamente, destilados por las experiencias vitales de sus autores. Desfilan por aquí nombres como Manuel Vázquez Montalbán, Sergio Pitol y Juan Marsé. Así, quien lea estas páginas se enterará, entre otras cosas, de cómo el primer libro de Campbell —publicado en Barcelona durante la dictadura franquista— sufrió los efectos de la censura, de cómo el autor trabó amistad con Juan Gelman una madrugada de 1994 en los campamentos zapatistas en Chiapas y de cómo el hallazgo de un recorte de periódico en una banqueta convirtió al tijuanense en discípulo y amigo de Juan José Arreola. Una apasionante bitácora y una muestra viva de cómo en el ejercicio del periodismo puede forjarse la mejor literatura.
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