Ya se sabe que hablar de amores contrariados es hablar de Amor.
Con esa certeza de lucero triste en plena frente, Jorge Ochoa declara: y yo juro enamorado/ que es aquí el inicio de la tierra y de la lumbre, como el auténtico y entrañable rumiante de la Poesía que es.
Enviador de recados, puentista, Jorge Ochoa celebra (¡con lágrima de fuego y madrugada y música de fondo, sí señor!) la parte que le toca en ese misterio de los corazones que consiste en embrutecer por los cuatro costados; albergar en el pecho a un elefante (¡la de cosas que aplasta!); reconciliarse con la nariz personal, con los particulares zapatos despintados, sentirse bello porque una lo beso a uno; y considerar que ahora sí, que a lo mejor ahora sí se puede domar al tigre; que sin perder la cabeza era posible, ahora sí, besarle la república.
Por todo eso/ ¡quiero la muerte pobremente perfumosa/ que esta tormenta de carnalidad no escampe!; para su propia fortuna, para el íntimo regocijo de todos aquellos que creemos que es vital mantener la lucecita encendida.
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