El suplicio de Adán debió aparecer hace dos décadas con su oleaje de búsquedas provocadoras y provocativas. Ahora, con su aparición, el creciente universo de lectores de Eve Gil confirmará que sus cualidades literarias la acompañan desde siempre: talento para conducir los tiempos y el ritmo en el que fluyen sus historias mostrando atmósferas y personajes extremos, y temperamento pendular...
El suplicio de Adán debió aparecer hace dos décadas con su oleaje de búsquedas provocadoras y provocativas. Ahora, con su aparición, el creciente universo de lectores de Eve Gil confirmará que sus cualidades literarias la acompañan desde siempre: talento para conducir los tiempos y el ritmo en el que fluyen sus historias mostrando atmósferas y personajes extremos, y temperamento pendular de tormenta y percusión, espina y seda, cuerdas como látigos y alientos a pleno sol. Cuando esta sólida autora de sagas, cuentos y consistente labor periódica ya sobresale como figura insustituible en la narrativa mexicana, aparece la que fue su segunda novela, que narra con hilos tensos y transparentes, con inteligente ternura y cruda inocencia, la vida de un cura hermoso desde la más violenta concepción, tanto para la víctima como para el victimario, hasta el encuentro entre padre e hijo, última pincelada de un mural ilustrativo de los episodios históricos más violentos del siglo pasado: la revolución, la guerra cristera y el endurecimiento de la tiranía política y clerical. Recurriendo al melodrama con reverencia pero burlándose de él en ocasiones estratégicas, Eve Gil tejió lo que merece ser recordado, lo que necesita (d)enunciarse: un suplicio que se instala desde la primera página pero sólo hasta el final de la lectura revela, como si de un lunar en el ojo se tratara, en qué consiste el suplicio de Adán… –Agustín Ramos.